Capítulo 65
1798palabras
2022-09-24 00:02
Adriana
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Habían pasado horas desde que le dieron la hierba a Draven y durante todo ese tiempo había estado llorando a mares. Estaba desesperada y de solo pensar que Draven podía morir, sentía que me iba a desmayar. Me pasé todo el tiempo junto a su cama, agarrando su mano y rezando para que pronto despierte. Quería que, al menos, lograra abrir los ojos, pero hasta ahora no lo había hecho. Tras esperar un par de horas más, las lágrimas ya se habían secado en mis mejillas y todo lo que había podido hacer era estar sentada ahí, mirando al vacío. “Draven va a estar bien, Adriana. Ve y duerme un poco. No has pegado un ojo desde anoche…” Edward empezó a decir, pero lo interrumpí, ya que no quería escuchar sus sermones. “Lo sé”, dije con voz entrecortada. Al escucharme, Edward dejó escapar un largo suspiro. “Tienes que bajar a comer, quieras o no”, afirmó. “No podemos hacer nada más que esperar lo mejor. Aun así, no puedes hacer eso si te estás muriendo de hambre, Adriana”. A pesar de que su voz era severa, estaba hablando en voz baja y confirmé que se había ido al escuchar la puerta cerrarse. Decidí ignorar su advertencia. No podía dejar solo a Draven, no cuando podía despertarse en cualquier momento, y quería estar aquí cuando lo hiciera. ¿Cómo pudo pasar esto? Era imposible que Draven muriera, ¿verdad? Él era un vampiro y los vampiros eran inmortales. Si era así, entonces, ¿por qué no se despertaba? Miré las nubes grises afuera de la ventana y noté que estaba lloviendo a cántaros. Por alguna razón, el sonido de la lluvia ayudó a calmar un poco mi inquieto corazón y me sentí un poco más relajada. Todo lo que podía hacer ahora era tener esperanzas y… De repente, mis pensamientos se detuvieron abruptamente al escuchar un gemido. Volteé a ver a Draven, que luchaba por sentarse en la cama. De inmediato corrí a su lado y lo ayudé a sentarse erguido. Dejó escapar otro gemido de dolor y se tocó el pecho desnudo, donde Dexter había clavado el cuchillo, e inhaló con dificultad. Tenía el torso vendado y, por fortuna, ya había dejado de sangrar hace horas. De todos modos, había perdido mucha sangre, así que era lógico que se sintiera un poco mareado. Me senté a su lado, escuchándolo gemir de dolor y sentí como si me hubieran quitado un gran peso de encima. Lo miré, agradecida de que siguiera con vida cuando, por fin, sus ojos se posaron en los míos y mi respiración se cortó ante su expresión de dolor. Pese a que tenía ganas de llorar, me detuve, ya que no quería preocuparlo. “¿Qué pasó?” Preguntó, después de lo que me pareció una eternidad. “Dexter t-te apuñaló, y…” empecé a decir, pero tenía un nudo en la garganta que no me dejó terminar de hablar. Negué con la cabeza y bajé la mirada, dejando que las lágrimas cayeran. Al parecer, Draven entendió lo que había pasado. Lo escuché suspirar y, al levantar la mirada, vi que me estaba mirando sin ninguna expresión en el rostro. Pronto, estiró su mano para limpiar mis lágrimas y mi corazón empezó a latir muy rápido. “Parece que no has dormido en días”, murmuró. Me di cuenta de que estaba hablando de mi rímel, que se me había corrido por tanto llorar, y de mis mechones de cabello, que estaba hecho un lío. “Aun así, todavía te ves muy hermosa”, agregó. Una lágrima rodó por mi mejilla y él la limpió con su dedo pulgar. Sin previo aviso y sin poder controlar mi impulso, me lancé hacia él y lo escuché soltar un gemido de dolor, pero no pude evitarlo. Tenía muchas ganas de abrazarlo. “Estaba muy preocupada por ti”, dije entre lágrimas. “Pensé que morirías…” Sollocé desconsoladamente en su pecho y pese a que sabía que todavía estaba herido, me aferré a él con fuerza. Por su parte, Draven se quedó en silencio por un momento, hasta que sentí que ponía sus dos brazos alrededor de mi cintura. “Estoy bien, Adriana”, dijo, intentando consolarme. “No, no lo estás”, me quejé. “De veras pensé que morirías”, repetí. “Shhh,” Draven dijo, sobándome la espalda. “Ya estoy bien. Deja de llorar”. Sonaba muy tranquilo, a pesar de que había estado a punto de morir. Acarició mi cabello y eso solo me hizo llorar más fuerte, así que enterré mi cara en su hombro, intentando pasar el nudo que tenía en la garganta. “Lo-lo-lo siento”, sollocé. “Todo es mi culpa”. Lo solté y, si bien sabía que mi maquillaje y mi vestido estaban hechos un desastre, nada de eso me importaba. “No fue tu culpa, Adriana”, Dexter dijo, limpiando mis lágrimas una vez más. “Ambos lo sabemos. Ahora deja de llorar, y, oye…” se detuvo cuando otro sollozó escapó de mi garganta y al entrelazar sus dedos con los míos, mi corazón dio un vuelco. Todo lo que quería era abrazarlo y nunca dejarlo ir. “Cálmate”, afirmó. “Respira. Estoy bien. Mírame, muñeca. No he muerto”. Sonaba como si quisiera ser sarcástico, pero vio que no era el momento adecuado para bromear y se quedó callado después de eso. “Ve a darte un baño”, dijo. “Te sentirás mejor después de eso”. La idea de tener agua caliente recorriendo mi cuerpo me hacía sentir mejor, sin embargo, negué con la cabeza. No quería dejarlo solo. “Me quedaré aquí contigo”, dije. “Tienes que comer…o beber, o lo que sea”. Draven levantó una ceja y sacudió la cabeza. “Adriana, ve, por favor. Te prometo que no iré a ninguna parte”. Me quedé mirándolo durante un largo tiempo antes de levantarme y salir de la habitación.

Después de tomar una ducha larga y caliente, me puse un suéter rosa claro y unos pantalones cortos negros y abracé mis rodillas mientras miraba por la ventana. Ya había dejado de llover y las nubes grises habían dado paso al sol. Aunque me encantaban los días grises y lluviosos, no podía estar más feliz. No por el clima sino porque Draven por fin había despertado. Me apresuré a salir de la habitación y fui corriendo a la de Draven. Sin embargo, me detuve al ver que todos estaban alrededor de la cama, incluida Ferra. Apreté mis labios en una línea delgada y caminé hacia ellos. “No estás mejorando, necesitas sanar más rápido”, Jason dijo. “Sino, solo empeorarás”. Draven negó con la cabeza. Se veía muy enojado. “Estoy bien, no estoy de humor para…” dijo, pero Ferra lo interrumpió. “Puedes beber mi sangre”, anunció, dando un paso adelante. “La sangre humana ayudará a que te cures más rápido, ¿verdad?” Me estremecí al escuchar esto y miré a Draven, quien me estaba mirando también. “No, gracias”, respondió con firmeza. “Como ya les dije, estoy bien. Me siento bien”. Estaba a punto de pararse, pero se detuvo para gruñir. Su rostro se distorsionó por el dolor y se tuvo que volver a sentar en la cama. “M*ldita sea”, murmuró en voz baja. Pude escuchar a los chicos tratando de convencerlo de que hiciera lo que le decían. “P-puedes beber mi sangre”, dije con voz entrecortada. Me sorprendí de mí misma, ya que había hablado sin pensar. Alrededor, todos se quedaron callados ante mis palabras y me miraron, sorprendidos. “S-solo… quiero que te mejores…” agregué. Draven frunció el ceño y negó con la cabeza. “No”, respondió. “Pero yo solo…” intenté explicar lo que quería decir. No obstante, Draven me interrumpió. “Ya dije que no, Adriana”, repitió en voz alta. Sus penetrantes ojos se posaron en los míos y parpadeé un par de veces para evitar que las lágrimas cayeran. “No”, dije. “Quiero darte mi sangre. Si la bebes, te curarás, ¿verdad? ¿Por qué te niegas? Eres un paciente, no tienes derecho a decidir lo que te ayudará a reponerte”. Aunque vi que Draven solo fruncía más el ceño al oír esto, decidí no dar mi brazo a torcer. “Tú tampoco tienes derecho a decirme lo que debo hacer”, argumentó. “Tenlo en cuenta”. Hizo hincapié en cada palabra que dijo, así que me quedé en silencio y me mordí el labio inferior, frustrada ante la terquedad de ese hombre. Aun así, no podía dejar que mi impotencia se apoderara de mí una vez más. “Está bien, ya se pueden ir todos”, Draven dijo, mirándome fijamente antes de meterse bajo las sábanas con dificultad. “Bajaré a cenar esta noche", agregó y cerró los ojos. Vi que todos salían y volteé a ver a Vincent, que me estaba indicando que lo siguiera con la mirada. Sin embargo, decidí no hacerle caso y esperé a que todos se fueran para caminar hasta la cama y sentarme, cruzando los brazos sobre mi pecho. “Déjame dormir, muñeca”, Draven se quejó, tirando las sábanas y sentándose de nuevo. “No, no me iré hasta que bebas mi sangre y me aseguré que estás mejor”, anuncié. A pesar de que sonaba como una niña obstinada, no me importaba. No podía permitir que Draven empeorara. “No voy a dejar que mueras”, agregué en voz baja. “¿No vas a dejar que muera?” Draven resopló. “Dios, Adriana, no me estoy muriendo. Estoy bien y me estoy recuperando”, dijo. “Sí, claro, porque eso es lo que dijeron tus hermanos, ¿verdad?” Pregunté con sarcasmo. “Si no vas a hacerlo, lo haré yo por ti”, anuncié, impaciente. Me levanté y caminé hacia el tocador, hurgando en los cajones hasta encontrar una pequeña navaja de bolsillo. Perfecto. “¿Qué estás buscando?” Draven preguntó y se quedó helado cuando vio que me acercaba a él con el cuchillo en la mano. “¿Qué es más fácil? ¿Beber por tu cuenta o...?” Pregunté, apretando el cuchillo contra mi muñeca. “¿Qué demonios intentas hacer, Adriana?” Draven exclamó, furioso. “¡Baja el maldito cuchillo ahora mismo!” Gritó, abalanzándose a mí para agarrarlo y gruñendo de dolor en el proceso. No obstante, se agarró el pecho y se detuvo. “No. Estoy haciendo esto por tu propio bien”, dije. Al sentir el filo contra mi muñeca, dudé por un segundo. Draven aprovechó este momento para saltar de la cama y, en un movimiento muy rápido, agarró la mano con la que sostenía el cuchillo y lo solté, por la sorpresa. Draven pateó el cuchillo, que había caído al suelo y se agarró el pecho otra vez. Respiraba con dificultad, probablemente para aliviar el dolor o tal vez para tratar de calmarse. De todos modos, me sentí culpable de haberle hecho daño una vez más. "¡¿Qué diablos te pasa?!" Me recriminó. Sus ojos eran muy oscuros. Dio un paso adelante y, por instinto, retrocedí. “S-solo estaba tratando de ayudarte”, dije. Las lágrimas se habían acumulado en mis ojos y me habían nublado la vista. Frente a mí, Draven me fulminaba con la mirada.