Adriana
“Por favor, Vincent”, le rogué. “Tengo muchas ganas de ir. Te prometo que tendré mucho cuidado”, le aseguré con un puchero, pero Vincent era indiferente y se mantuvo firme en su decisión. “No estás a salvo aquí”, me explicó. “Puede que haya otros aquí también, y te pueden lastimar…” “¿Otros?” Lo interrumpí. “¿Otros vampiros?” Vincent asintió con la cabeza. Siempre había sabido que había muchas familias de vampiros, además de los Ardelean, sin embargo, no tenía idea que vivían tan cerca.
.....
“Esos bastardos son los que cruzaron la línea al entrar en nuestro territorio”, Finn dijo en un tono serio, apartando su cabello castaño ondulado hacia un lado. Al escucharlo, volteé a ver a Vincent en busca de alguna respuesta, pero él se quedó callado. “¿Por qué deberíamos tenerle miedo a esos debiluchos cuando tenemos a Draven de nuestro lado?” Finn preguntó, exasperado. “¿Puedo irme?” Pregunté en voz baja, interrumpiendo la atmósfera seria que se había apoderado de la zona del campamento. Vincent solo negó con la cabeza y, de pronto, Tyrell se apareció frente a él y dejó caer una mano sobre su hombro, mirándome, arrepentido, como si estuviera disculpándose con la mirada. “Qué pena, cariño”, dijo en un tono dulce y falso. ¿Por qué siempre estaban molestándome? Lo miré, entrecerrando los ojos, para que supiera que no era una presa fácil. “No importa”, dije en voz baja, dándome la vuelta y caminando hacia la carpa. “Adriana, no seas así”, escuché a Vincent decir, pero lo ignoré mientras cerraba la puerta de la carpa. No era justo. Yo era la única a la que le habían obligado quedarse en el campamento, pudriéndose con los demás vampiros. De repente, sentí una ráfaga de viendo colarse por la ventana y empecé a temblar. Debí haberme puesto un suéter. Ahora solo tenía puesta mi blusa negra y mis pantalones cortos azules. Ya eran las doce y media del día, ¿qué demonios se suponía que querían que hiciera aquí? Busqué la bolsa de comida para ver qué habían empacado para el viaje, y cuando vi la botella de vino, suspiré. Un trago no me vendría nada mal, así que, ¿por qué no aprovechar la oportunidad y tomar un sorbo de vino, para relajarme? Abrí la botella de y, al tomar un sorbo, sentí de inmediato que el olor a alcohol me daba náuseas, pero después de tomar unos cuantos sorbos más, me di cuenta que el olor ya no me incomodaba. Me sentía mucho mejor. Además, podía usar esta oportunidad a solas para planear mi escape. Alejé la botella de vino de mí, ya que temía emborracharme si la tenía cerca, y solté otro suspiro. Me quedé sentada en la carpa durante al menos dos horas sin hacer absolutamente nada e, inesperadamente, escuché las voces de los chicos llamándome desde afuera de la carpa. “Adriana, vamos a nadar, ¿quieres ir con nosotros o vas a seguir de mal humor y pasar el resto del día molesta?” Escuché a Raymond decir. Puse los ojos en blanco antes de acostarme. “Estoy bien”, respondí. “Vayan ustedes. Acuérdense que no tengo permitido divertirme”. Al escuchar esto, algunos de los chicos se rieron mientras las chicas murmuraron algo, pero decidí ignorarlos. Si ellos pensaban seguir divirtiéndose, entonces yo también debía hacer lo mismo. Agarré la botella de vino de nuevo y me tomé todo el contenido de un gran sorbo. No tenía idea de cuántas horas pasaron mientras estuve aburrida dentro de la carpa, con la botella de vino. De todos modos, a nadie parecía importarle si la estaba pasando bien o no. Aparentemente, mientras estuviera ‘a salvo’ todo estaría bien. Agarré otra botella y miré la etiqueta, intentando leer lo que decía, pero todo era tan borroso que me frustré un poco. Dejé escapar un gemido de impotencia y abrí la botella para tomar un sorbo. El líquido agrio recorrió mi garganta e hice una mueca antes de tomar un par de sorbos más. Al detenerme a pensar en mi plan de escape, sentí que no podía pensar con claridad y que todo era confuso. “Adriana, sal a comer”, escuché a Vincent decir. “Ya está lista la fogata”. Al oír esto, resoplé con la botella en la mano, sintiéndome cada vez más mareada. “¡Déjame en paz!” Grité, cruzando las piernas y maldiciendo para mí misma. “Caramba, Adriana, sal de ahí”, Vincent insistió. “El hecho de que no puedas ir a explorar no significa que tengas que enfurruñarte el resto del día”. A pesar de que podía escuchar su voz, sus palabras habían perdido sentido. Mis pensamientos estaban a la deriva en mi propio mundo y me empecé a reír muy bajito. “Sal, ya has estado ahí bastante tiempo”, Vincent volvió a decir, abriendo la puerta de la carpa. Cuando levanté la vista para mirarlo, sus ojos se abrieron de par en par. “Adriana, ¿qué estás…?” Empezó a decir, pero no pudo terminar, ya que sus ojos se posaron en la botella que tenía en la mano. Me reí de nuevo, Vincent se veía muy preocupado y, por alguna razón, me causaba mucha gracia. “¿Has estado bebiendo?” Preguntó, indignado. Dejé escapar un grito ahogado falso antes de que Edward y Raymond entraran en la carpa. “¡No estoy borracha!” Les aseguré, gritando y poniendo una mano en el pecho mientras los miraba con sorpresa. “Se suponía que debías cuidarla”, escuché la voz de Finn decir. Me puse de pie con dificultar y mis rodillas se tambaleaban cuando salí de la carpa. “Discúlpame”, dije, arrastrando las palabras y señalando con el dedo a Vincent. “Oh, ya oscureció”, agregué al mirar el cielo. Escuché a Edward decir mi nombre en su dulce tono de siempre y sentí un brazo deslizarse por mi cintura. “¡Música! ¿Dónde está la música?” Grité y escuché a algunos de los chicos reírse entre dientes antes de mirar a Ferra, quien me estaba mirando con desdén y asco. “¿Cuál es tu problema?” Le pregunté, ahora que estaba borracha, sentía que podía decirle todo lo que siempre había querido. “Siempre me estás mirando así, ¿tienes algún problema conmigo?” Me quedé mirándola y vi cómo sus ojos se agrandaban, por la sorpresa. Nunca le había hablado de esa manera. En vez de responderme, Ferra se alejó, avergonzada. “Vuelve a la carpa y descansa, tienes que…” escuché a Vincent decir antes de que la música estridente lo interrumpiera. Volteé y vi que Raymond estaba de pie junto a dos enormes altavoces. Tenía una sonrisa en el rostro. “Eso es”, dije señalando con el dedo hacia la fogata, donde supuestamente estaba Raymond. “Ese hombre de ahí es un caballero”, agregué y todos empezaron a bailar. “Vamos, deja que se divierta un poco, solo por esta noche”, Edward le dijo a Vincent, soltando una risita. Me tambaleé hacia donde estaban las chicas y los chicos bailando y me uní a ellos. Después de un rato, señalé a Vincent para que también bailara con nosotros, pero como era una aguafiestas, se negó. De pronto, vi a Edward y puse mis brazos alrededor de su cuello mientras movía mis caderas y bailaba junto a él, haciendo algunos movimientos de baile que ni siquiera sabía que existían. “¡¿Qué diablos está pasando?!” Escuché una voz familiar gritar antes de que todos se callaran y, al voltear a ver quién era, vi que era Draven. Sus ojos estaban fijos en mí y me miraba como si quisiera matarme, como si todo esto hubiera sido mi culpa. “Es obvio que es una fiesta”. Escuché a Edward decir y puse los ojos en blanco al acercarme a Draven. “Tú”, dije, arrastrando las palabras y pinchando su pecho. Draven siguió mirándome fijamente. “¿Qué te pasa?” Le pregunté. “¿Por qué siempre tienes que arruinar la diversión?” Puse mis manos en mis caderas y vi que los ojos de Draven se dilataban por la sorpresa. “Es-estás borracha?” Preguntó, indignado. Puse los ojos en blanco con tanta fuerza que me mareé más. “¿Qué diablos les pasa?” Preguntó, gritando. “Pensé que les había pedido que la cuidaran”. Al oír esto, agarré su camisa y me acerqué más a él, frunciéndole el ceño. “¡No estoy borracha!” Me defendí. “¿Por qué todo el mundo sigue diciendo eso? ¡Me siento muy bien!” Grité. Cuando una de mis canciones favoritas sonó por el altavoz, solté un grito de emoción. “Se emborrachó sola, dentro de la carpa”, escuché a Raymond decir mientras me ponía a bailar. “No sabíamos que estaba bebiendo”. “No seas aguafiestas, Draven Cruz”, le dije, dejando de bailar y aferrándome a su camisa negra con fuerza. Nuestros rostros estaban muy cerca. Sus ojos nunca se separaron de los míos mientras pasé mis dedos por sus brazos para llevarlo hacia donde las chicas estaban bailando. “Nos iremos ahora mismo”, Draven anunció. Dejé escapar un gemido antes de agarrar su rostro para que me volviera a mirar a los ojos. “No seas así”, dije con un puchero. “Quiero bailar contigo”. A pesar de que seguía jalándolo, Draven no se había movido ni un centímetro y solo había puesto sus manos en sus bolsillos. “No te rindas ahora, ahora, ahora, no me rendiré ahora, ahora, ahora", empecé a cantar, poniendo mis manos en sus mejillas. Draven parecía haberse quedado tieso ante este gesto y se quedó mirándome. “Déjame amarte”, canté, sosteniendo su mirada. Los ojos de Draven tenían tantas emociones que no podía descifrar qué era lo que realmente estaba sintiendo. “Adriana, detente…” se quejó, pero yo seguí cantándole. “Déjame amarte. No te rindas ahora, ahora, ahora”. Moví mis caderas, acercándome aún más a su cuerpo. Pronto, mi pecho estaba presionado contra el suyo y empecé a cantar más fuerte.