Capítulo 7
2107palabras
2022-07-29 07:01
Sé que estoy dando un espectáculo patético, pero no me importa, solo quiero salir de este lugar.
Buscar al resto del grupo no es una opción, tendría que dar explicaciones y eso solo generaría más drama. Además, creo que necesito un médico para que revise mi mano.
El caos emocional de los últimos minutos me ayudo a evitar el dolor físico, pero ahora, que estoy un poco más calmada, siento como si mi mano gritara y se retorciera en agonía.

—Bueno, supongo que ya no tengo nada que hacer aquí. —Me despido de Alex tratado en vano de disimular mi tristeza.
—Si me esperas un poco puedo llevarte a tu casa.
—Necesito ir a urgencias —digo mientras sostengo mi mano con cuidado—. Ahí una clínica aquí cerca, y estando allá puedo llamar a uno de mis hermanos. —Rechazo su oferta y digo una pequeña mentira porque ahora no puedo llamar a ninguno de mis parientes. Carlos, mi hermano mayor, está en un viaje de negocios; papá y mamá están en una cena importante con unos socios; y lo último que haría en mi vida seria llamar al cavernícola de David para pedirle ayuda, y prefiero quedarme sola, a que Alex sea testigo del drama que seguro me espera cuando Sam se entere de todo.
—Oye —dice limpiando las lágrimas que siguen en mi rostro—, déjame acompañarte. Solo debo ir por mis cosas, tengo el auto cerca y puedo llevarte a donde necesites.
“Tal vez pueda evitar a Sam por un tiempo”
—No sé, tus favores salen muy caros y no creo poder soportar perder a alguien más hoy —Trate que sonara como una broma, pero de verdad, así es como me siento.

—O quizás termines ganando a alguien.
Y ahí está otra vez, esa sonrisa que me derrite por dentro como si mi interior fuera chocolate y sus labios fuego puro.
Yo estoy muy cansada física y emocionalmente para quedarme a debatir o reflexionar sobre las decisiones que estoy tomando. Así que mi insensatez vuelve y me subo al auto de un desconocido.
Por suerte, sus intenciones son buenas. Me lleva al médico para que revisen mi mano. Aunque no está fracturada, el doctor decide inmovilizarla y así evitar que me haga más daño. Escribe una receta con antiinflamatorios y me pide que regrese en una semana.

Aún me siento muy avergonzada por todo lo sucedido. Para no empeorar las cosas decido mejor guardar silencio. Solo hablo con el personal médico, respondo a las preguntas de rutina y mientras espero mi turno para reclamar los medicamentos, me dedico a pensar en cómo voy a solucionar todo el asunto con Juan.
Alex respeta mi espacio. No intenta forzarme a hablar, se sienta a mi lado mientras finge ver el documental que pasan por el televisor de la sala de espera.
Yo intento mirarlo discretamente, pero soy descubierta al instante.
—¿Estás bien? —Pregunta preocupado.
—Voy a estar bien —respondo tratando de sonar tranquila—. Puedes irte si quieres. Mi casa está cerca y puedo llamar un taxi.
Me siento algo avergonzada de que pierda su tiempo aquí conmigo y no quiero incomodarlo más.
—No
—¿No?
—No quiero irme a casa, prefiero estar seguro de que llegues bien a tuya.
—Alex, no es necesario. Seguro tienes cosas más interesantes que hacer; y estar aquí conmigo viendo un documental viejo y aburrido no es una buena opción.
—Ya sé que no lo es, sobre todo por la parte del documental —dice tranquilo mientras se acomoda en su asiento y acaricia los dedos de mi mano herida con mucha delicadeza—, pero que clase de persona seria si te dejo abandonada en un hospital.
—Estoy bien. —reafirmo con una sonrisa que ni yo me creo.
—Díselo a tu cara.
“¿De verdad me veo tan mal?”
—El doctor dijo que solo tengo la mano inflamada por el golpe —respondo tratando de sonar serena, pero en realidad…
—Yo no me refiero a tu mano.
Nuestros ojos se encuentran como la primera vez y en ellos veo compasión.
Siento como mi rostro se humedece con las lágrimas. Trato de secarlas y cuando veo la palma de mi mano, puedo hacerme una imagen mental del cómo debo verme.
“Todo el maquillaje se me corrió”.
“Debo parecer un oso panda zombi”.
Busco un espejo en mi bolso y lo confirmo.
Alex ve mi cara de terror y comienza a reírse con ganas.
—¿Cuánto tiempo llevo viéndome así? —Pregunto entre la indignación y la vergüenza.
—Desde que lloraste cuando te golpeaste la mano.
“¿Ósea que me beso a pesar de me veía como una loca?”
—¿Y por qué no me dijiste?
—No lo sé —vuelve a relajarse en la silla—. Te veías tan enojada, y luego tan triste, que no encontré el momento para sacar el tema. Además, no nos tenemos tanta confianza.
—¡Esto no es cuestión de confianza! He hecho el ridículo toda la tarde —palidezco al calcular cuantas personas me vieron en este estado—. Debiste haberme dicho —le reclamo enojada.
—Si yo tuviera un moco asomado ¿me lo dirías?
“¿Se está burlando de mí?”
—No seas ridículo. No es para nada lo mismo.
Me pongo de pie y tomo mi bolso.
—¿A dónde vas?
—Pues a arreglar este desastre —Digo, señalando dramáticamente mi cara.
—¿De qué estás hablando? Sabes que eres hermosa —su alago me desubica un poco, pero no pierdo mi posición firme—. Además, aparte de tus amigos y yo, solo los médicos te han visto así, y te aseguro que ellos se encuentran cosas peores a diario.
Su comentario no me tranquiliza y al ver que faltan diez números para que sea mi turno en la taquilla, le doy la espalda y retomo mi camino al baño, pero antes le digo en voz baja, aunque siendo muy contundente.
—Muchas gracias por todo, pero no te necesito más. Cuando regrese espero que no estés aquí.
*****
Viendo mi reflejo en un espejo más grande y con una luz apropiada, puedo ver que el desastre es peor de lo que imagine. La mancha negra del rimer está por toda mi cara; una de las pestañas postizas se me callo y la otra pende de una esquina; la sombra de ojos se mezcló con las lágrimas y parezco una pintura abstracta de las que solo tienen sentido a los ojos del pintor. Pero eso no es todo; mi cabello parece un nido de palomas.
“¿Qué carajos paso aquí?”
Desenredo como puedo los nudos de mi pelo.
“Esto no tiene sentido.”
Repaso los hechos del día para intentar recordar en qué momento fui atacada por un oso y…
“El beso.”
Viajo a un par de horas atrás, reviviendo los detalles de aquel fantástico y a la vez fatídico acontecimiento.
Recuerdo sus manos en mi cintura, las mías en su cabello y si… la suyas también en el mío reclamando más cercanía.
Todo fue tan espontáneo, tan sexi y apasionado que, con solo en este mini viaje en el tiempo, puedo sentir como mi entrepierna se humedece, cosa que no tuve la oportunidad de disfrutar antes.
“¡Maldición! Juan!”
Sacudo mi cabeza como si de esa forma los pensamientos salieran volando como palomas.
Termino de organizarme, retiro todo el maquillaje de mi cara, gracias al cielo siempre voy preparada para cualquier percance estético, solo pongo un poco de agua de rosas para refrescar mi piel y decido quedarme así. Natural.
Vuelvo a la sala de espera y lo primero que noto es la ausencia de Alex.
“Se fue.”
“No te quejes idiota, tú lo echaste.”
“Pero pensé que no se lo iba a tomar en serio.”
“Acéptalo, después de semejante rabieta quien se quedaría. Fuiste una grosera cuando él solo quería ser amable.”
“Lo más probable es que su amabilidad se debía a su interés por meterse entre mis piernas.”
“Aja… hipócrita. Como si tú no quisieras permitírselo.”
Camino decepciona al mismo lugar de antes y hago un puchero al sentirme por primera vez en el día sola.
“¿Y si no lo vuelvo a ver nunca?”
“Tenías un plan antes, solo hay que retomarlo.”
“Seguro piensa que soy una niña consentida y grosera. No va a querer volver a hablarme.”
—Pero, ¡qué bonita!
Levanto la mirada y ahí está Alex. Una sensación de alivio embriaga mi pecho y no puedo evitar sonreír.
—Pensé que te habías ido.
—Solo fui a buscar agua —dice ofreciéndome una de las botellas— La máquina que está en entrada del hospital, es el padre de la del camerino. Te envía una disculpa en nombre de toda la familia de neveras expendedoras por los daños causados. —Su sentido del humor parece intacto y eso me tranquiliza.
—Ja ja, no es gracioso.
—Pero te estás riendo.
Los dos reímos un poco, él toma su lugar a mi lado, ofrece abrir mi botella y mientras lo hace yo me quedo observando cada uno de sus movimientos.
—Siento mucho mi comportamiento de antes —le confieso— es solo que…
—Estas pasando por mucho y no pensaste muy bien lo que decías. —Dice Alex, terminando mi frase.
—Si —su actitud me desconcierta, pero continuo con mi disculpa— Me comporte como una caprichosa.
—Se nota que eres caprichosa.
“ Okey, Okey. Una cosa es que lo diga yo, pero que otro me lo restriegue en la cara…”
“No comiences otra vez niña. TE ESTÁS DISCULPANDO”
—Si, pero eso no me justifica —Continuo cuando opto por hacerle caso a la voz de mi razón.
—No tienes por qué justificarte. La situación te supero. A todos nos pasa alguna vez.
—Pero es que en vez de agradecerte lo que has hecho por mí, fui muy grosera y te corrí, cuando en realidad…
—No querías que me fuera —completa otra vez mi frase—. Lo sé. Por eso no me fui.
—Pero ¿cómo?...
—Sé leer entre líneas Ivana. —Me deja ver una pequeña sonrisa para terminar de confirmarme que está hablando en serio.
Su actitud me parece irreal. Esas palabras llenas de comprensión y la tranquilidad con la que ha afrontado todo el drama que nos rodea desde que nos conocimos, me hace reflexionar ¿Qué clase de persona se comporta así?
“Una persona madura”
Sin proponérmelo, comienzo a imaginar como seria la situación si, en vez de Alex, estuviera acompañada por alguno de mis amigos. Y la imagen no me transmite ni el 1% de la paz que estoy sintiendo ahora con este desconocido.
Sam estaría culpándome de todo.
Dilan se burlaría de mi torpeza.
Y Juan…
Pondría su orgullo de macho herido primero y me dejaría sola en el hospital.
“La amistad de ustedes cuatro no es sana.”
Las voces de mis maestros, del rector y de nuestros padres, hace eco en un rincón, cada vez menos oscuro, en mi cerebro.
—Iv… —Le respondo por fin a Alex, después de mi lapsus reflexivo.
—¿Qué? —pregunta algo confundido.
—Mis amigos me llaman Iv. —Le aclaro con una sonrisa.
—¿Y somos amigos? —Una expresión coqueta se dibuja en su rostro y trato de contener las ganas que tengo de besarlo.
—Solo si no te importa tener una amiga caprichosa, vanidosa, torpe y algo egoísta como yo.
Al decir aquello, un nudo en la garganta hace que mi voz se corte un poco al final. Alex me observa un rato y puedo jurar que lee en mi rostro el miedo que siento al pensar que me va a rechazar.
—Yo creo que voy a tener una amiga hermosa, divertida, que sabe lo que quiere y no teme ir a por ello.
No me creo que en solo un par de horas tenga ese concepto sobre mí. Hermosa si soy y lo sé, porque así es como me siento y si algo tengo claro es que uno proyecta lo que siente a los demás; Divertida… si, a veces hago reír a la gente y ni siquiera lo intento; y lo último, supongo que lo dedujo al notar mi poca timidez en nuestro corto, pero apasiónate encuentro.
Hago lo posible para que la emoción que me produce sus palabras no llegue a mis ojos.
Gracias a los dioses, soy felizmente salvada por el sonido que indica mi turno para reclamar los medicamentos y me dirijo rápido hacia la taquilla.
—Iv… —Alex me llama cuando estoy a medio camino. Volteo para escuchar que más tiene por decir— Conmigo jamás tienes que disculparte por ser quién eres.
Las lágrimas escapan sin que yo pueda hacer algo al respecto.
Vuelvo hacia él y lo abrazo con fuerza. Alex me recibe con los brazos abiertos y besa mi frente mientras yo me sacio de todo el consuelo que puedo encontrar en ese acto.
Hasta este momento no tenía idea de lo mucho que necesitaba algo así.