Thuner había dicho que yo no les interesaba a esos tipos. Con manos temblorosas, me arreglé el cabello y me puse la camisa por debajo del jean. Me armé de valor y pasé por el área del centro de eventos, como si tal cosa.
Todo estaba normal. Simplemente había mucha gente.
Deambulé, mirando los autos viejos. Me sentía desnuda, sin mi cartera, y realmente sola. Jamás me había sentido tan sola, supongo que porque nadie en el mundo sabía dónde yo estaba. Podría desaparecer con mucha facilidad. Me preguntaba cómo les estaría yendo a mis muchachos. Cerré los ojos y les envié buenas vibras a cada uno.
Vi una aglomeración de personas cerca del área de camiones de los años cincuenta, y supuse que algo estaba pasando. Me abrí paso a empujones y me acerqué lo suficiente para ver a Júpiter, que yacía inmóvil en el piso de concreto.
Traté de mantener la compostura, como si fuera una persona más. "¿Qué pasó? ¿Le dispararon?", pregunté a la mujer a mi lado.
"¿Disparo? No". Me miró con expresión divertida, como preguntándose por qué yo pensaba en eso. "Parece que se desplomó".
Tres hombres vestidos de civil lo subieron a una camilla, y yo estaba bastante segura de que no eran médicos. Dos técnicos de emergencias médicas se quedaron al margen; se veían desconcertados y enojados. "¿Por qué ellos no lo ayudan?".
La mujer se encogió de hombros.
Sentí que estaba perdiendo el control ¿Los malos habían obligado a los paramédicos a entregarles la camilla? Me volví hacia la mujer. "¿Los paramédicos trajeron esa camilla?".
Ella asintió, con el ceño fruncido.
"¿Y esos tipos se hicieron cargo?".
Volvió a asentir.
Tenía que actuar con rapidez. Dios sabe dónde iban a llevar a Júpiter.
Me abrí paso a codazos, sin pensar. "Soy enfermera. Déjenme ayudar".
"Todo está bajo control". Un hombre de piel blanca y rosácea, y pelado al rape, levantó la parte delantera de la camilla. Había uno regordete detrás, y otro, de cabello gris y piel oscura, estaba al lado.
"¿Revisaron sus signos vitales?", pregunté.
"Todo está bajo control". Comenzaron a llevárselo por la parte de atrás.
Los seguí. "¿Dónde lo llevan? ¿A qué centro médico?". Estaba yo haciendo las preguntas que había visto en la televisión.
Me ignoraron mientras entraban a la cocina. No les perdí ni pie ni pisada hasta que llegaron al sitio por donde nosotros habíamos entrado. ¿Qué podrían ellos hacerme habiendo tanta gente cerca? Aunque, cuando salimos, no había muchas personas.
Nuestra camioneta todavía estaba allí, destrozada, con el morro sobre un camión estacionado. Los hombres dejaron la camilla junto a un gran Lincoln Navigator negro, y levantaron a Júpiter por los brazos.
"No pueden hacer eso", dije. "Es posible que él tenga una lesión en la columna. Exijo ver sus credenciales".
Me ignoraron y lo metieron en el asiento trasero.
Protesté. "Simplemente no pueden transportar a un hombre en esas condiciones".
En ese momento, sentí que una mano me agarró por el cabello, y algo duro se clavó en mi espalda. Un arma. "Entra".
"Déjala", dijo el hombre regordete.
"¿Qué significan los dos números en la lectura de la presión arterial?", me preguntó el hombre de la pistola.
Yo no sabía la respuesta. ¿Pero ellos la sabían? "La medida estándar y el punto culminante". Me tiré un farol.
"Respuesta errada. Entra". Unas manos ásperas me metieron en el asiento trasero de un empujón, junto a Júpiter. El tipo regordete se apretujó a mi lado y nos pusimos en marcha.
"¿Qué significa esto?", pregunté.
"Que metiste la pata, eso es lo que significa", dijo el hombre pálido desde el frente. "Nos has dejado claro que estás con él".
"Ustedes no pueden hacer esto".
El regordete me dio un puñetazo en la cara. Con el golpe, mi cabeza se fue hacia atrás y mis oídos zumbaron. Sentí el sabor de la sangre en la boca. "Una palabra más y morirás aquí mismo", dijo.
El puñetazo me sorprendió tanto que me sentí atolondrada. Miré a Júpiter y vi que aún respiraba, pues su pecho subía y bajaba. ¿Lo habían lastimado? ¿Lo habrían drogado?
El tipo regordete me hizo vaciarme los bolsillos y los de Júpiter, pero fingí no encontrar su celular.
"No fue muy difícil seguirle el rastro a tu amigo, gracias a la cantidad de flores que había rasgado", dijo triunfalmente.
Fingí no oír, y di a entender que no me importaba. Sin embargo, me dio mucha rabia que hubieran usado lo que yo había llegado a considerar la manifestación de dolor de Júpiter, para encontrarlo a él, a Thuner y a Wuotan.
Íbamos en silencio, pero mi corazón latía con desenfreno. Mi mente vagaba y daba vueltas, pensando qué hacer y cómo escapar. Unos veinte minutos más tarde, nos detuvimos en una especie de astillero. El paliducho pelado al rape sacó a Júpiter y encontró su celular.
Por esa razón, el tipo rechoncho me volvió a pegar. Esta vez fue más impactante, y rompí en llanto.
Retrocedí y el hombre más viejo me agarró por el pelo y comenzó a meterme a la fuerza en un vagón de metal gris, de los que llevan los trenes de carga, solo que este estaba en el suelo. Parecía más un contenedor de basura que un furgón.
El rubio abrió un candado, y luego abrió la puerta. Los tipos nos metieron a los dos adentro, y cerraron la puerta con llave. Estaba oscuro como la boca de un lobo.
Me arrastré por el suelo de metal, buscando a Júpiter, y encontré su pierna. Palpé su cara y le tomé la mejilla con mis dos manos. "Júpiter", susurré. "Júpiter".
No respondió, y lo sacudí suavemente. Por lo que pude sentir, estaba torcido. ¿Le habrían roto algún órgano? Lo puse boca arriba, para ver si tenía heridas.
Me arrastré hasta la puerta y acerqué la oreja, pero no oí nada. Anduve a tientas hasta que encontré una manija. La halé, la empujé y sacudí, pero no pude moverla.
Nos habían metido en lo que parecía ser una cámara de privación sensorial, negra como el asfalto y con un calor horrible. Se me ocurrió que podría ser hermética, aunque parecía oxidada por fuera. Donde había óxido, había agujeros, ¿no?
Simplemente no hay luz, y no respires mucho, me dije.
Regresé junto a Júpiter y me tendí a su lado. El ruido de su respiración me consoló. "Júpiter", susurraba de vez en cuando, pero en ningún momento se movió. A veces le ponía los dedos en el cuello para tomarle el pulso. También le quité los zapatos y los calcetines, y le puse estos debajo de la cabeza, como un mísero almohadón. Quería quitarle otras prendas para que estuviera fresco, pero temía golpearlo y lastimarlo.
No sabía cuánto tiempo había pasado, pero sabía que el sol nos estaba golpeando porque el poco aire que entraba se había vuelto más caliente, era como estar en una sauna. Comenzaba a faltarme el aire. Solo es pánico, me dije.
Hubo un momento en que oí un estrépito cerca. Golpeé la pared y grité, pero no fue nadie a inquirir. Después de eso, me desplomé sobre mis rodillas, desfallecida. No tenía total certeza de estar en pleno uso de mis facultades mentales.
Bueno, no nos habían matado. ¿Eso significaba que nos usarían con alguna finalidad? ¿Volverían cuando Júpiter despertara? ¿Y luego qué?
Volví a echarme al lado de Júpiter y examiné su respiración, como si él fuera a dejar de respirar si yo no le prestaba atención. Finalmente, gruñó, después de no sé cuántas horas.
"¡Júpiter!". Me arrodillé y le puse una mano en la frente. "¡Júpiter! ¡Despierta!".
Nada. Lo sacudí y le di una ligera palmada en las mejillas. "¡Júpiter!".
Reaccionó como si estuviera borracho, empujando débilmente mis brazos. "¿Quétásciendo?", murmuró, juntando y cortando las palabras.
"Júpiter", dije. "Soy yo. Despierta".
No dijo nada más. Le masajeé las manos. "¡Vamos!". Luego le masajeé los hombros, los brazos, para que la sangre fluyera. Era obvio que lo habían drogado, y pensé que su flujo sanguíneo volvería a ser bueno.
"¿Dónde estamos?", dijo.
"No lo sé. Es una especie de contenedor sellado, como una caja de metal cerrada con llave. Creo que este es el patio del ferrocarril, pero tal vez no. Hace tanto calor que no siento el aire. Disculpa, no pretendo alarmarte". Mis palabras no fueron constructivas. Me había autoimpuesto concentrarme a pesar del calor y el mareo, para poder dar una descripción pormenorizada de todo lo que lograra saber. Consiguió poner la cabeza junto a la mía.
Permaneció en silencio durante largo rato, y luego preguntó: "¿Dónde estamos?".
Él no había entendido lo que le expliqué. Mi*rda.
Me sentí mareada y apoyé la frente en su pecho. Comencé a sudar y tuve ganas de llorar.
En el fondo, sabía que nuestro aprieto no era como el de Batman ni una situación como aquella en la que lo ataban a un artefacto, a él y a Robin, y lograban escapar. Los malos de la vida real no hacían eso.
Estábamos en tremendo problema. Los hombres que nos habían metido aquí eran tan peligrosos que infundían miedo en el corazón de mis muy avezados criminales.
Y era difícil respirar. El calentísimo aire me provocaba dolor de garganta y en los pulmones..., y eso no era bueno. De hecho, parecía peligroso. Cuanto más pensaba en ello, más me asustaba.
Podríamos morir cocinados, y con las entrañas convertidas en gelatina.
Sacudí a Júpiter con fuerza. Estaba enloqueciendo, en el sentido estricto de la palabra. "Tienes que despertarte".
No reaccionó.
Apoyé la cabeza en su pecho y comencé a sollozar. De repente, sentí que sus brazos me rodearon. Me abrazó fuerte. "Estás aquí... No puedo creer que estés aquí". No articulaba bien y arrastraba las palabras. Prosiguió: "Lo siento, lo siento mucho, cariño. No puedo creer que estés aquí".
"No podía irme", dije. "No podía dejarte así".
"¿Por qué?", gritó. "¿Por qué te fuiste?".
Apretujé la cara contra su pecho, confundida. Me había ordenado que me fuera. Me dijo que fuera hacia la izquierda y me perdiera.
"¿Por qué?", gruñó en la oscuridad. "¿Alguna vez pensaste..., al menos una vez, en los que dejaste atrás?".
Me sentí drogada por el calor, por la oscuridad total. Solo conseguía oír a mis hermanas: ¿Y nosotras qué? ¿Por qué nos dejaste?