Capítulo 42
1185palabras
2023-11-27 00:01
El sol ya se había puesto cuando despertaron, el crepúsculo en el cielo contemplaba todas las creaciones sobre la zona con su ardiente tono dorado. La sombra de los edificios iba en ascenso y dominaba a la magnífica luz del cielo mientras el sol descansaba y la luna salía.
"¡Mnn…!", Graham emitió un quejido al abrir los ojos y vio que Elvira ya estaba despierta.
En el momento que ella intentó bajarse de la cama, el hombre la sujetó por la cintura. "¡Quédate por cinco minutos más!", le exigió con la voz ronca antes de enterrar el rostro en el suave y sedoso cabello de la mujer.

"Thiago, son casi las seis. ¿Qué te gustaría cenar? Ordenaré algo de comida", ella inquirió, se volteó para mirarlo fijamente y colocó una mano en la cintura del magnate.
"Comeré lo que pidas", susurró al tiempo que le acariciaba la mejilla con el pulgar y enfocó sus somnolientos ojos en ella.
"¿Por qué me miras así? ¿Acaso tengo algo en la cara?", preguntó con tal timidez que hizo que sus pálidas mejillas se pusieran tan rojas como una manzana.
"Sí, ¡te ves demasiado fea!", respondió de manera casual, y una ligera sonrisa se formó en sus delgados labios. Él llevó el dedo índice a los párpados de la chica, y ella pestañeó al percibir su cálido toque.
Elvira se limitó a sonreírle y a preguntarle: "Entre tu mamá y tu papá, ¿a quién te pareces más?".
Cuando ella retiró la mano que había puesto en la cintura de Graham, este frunció el ceño y la devolvió a la posición original.

"Me parezco a ambos. Heredé los ojos de mi mamá y mis otros rasgos faciales de mi papá", replicó con orgullo y continuó acariciándola. Deslizó el dedo índice hasta su nariz y luego a sus labios tan suaves como los pétalos.
Aquellos contactos le provocaron hormigueos a Elvira. Podía sentir que una ardiente llama crecía en su interior, por lo que su pecho comenzó a agitarse de sobremanera. Entonces, cerró los ojos por vergüenza e ilusión al mismo tiempo. Sabía muy bien que estaba ansiando por algo que no iba a ocurrir.
Graham, quien no dejó de mirarla en ningún momento, sonrió divertido al ver que ella parecía derretirse como una vela que se consumía poco a poco.
"¿Cuándo vas a pedir comida, Elvira?", le preguntó de manera abrupta, a lo que ella abrió los ojos con incredulidad e indignación, frunció el ceño, se levantó de la cama y marcó un número.

Por su parte, Graham sonreía de oreja a oreja mientras se movía para sentarse en el borde de la cama.
"¡Ven acá!", con entusiasmo, le extendió la mano hacia la joven enfurruñada que no deseaba mirarlo directamente a los ojos.
"Come solo, olvidé que todavía tengo cosas importantes que hacer", resopló con frustración antes de tomar la cartera que había dejado en la mesa auxiliar.
Thiago se levantó, la abrazó con intensidad y le susurró con una voz profunda: "No podemos estar juntos. Aún no puedo decirte la razón, pero…".
"¡Entonces deja de ilusionarme!", la señorita Hidalgo exclamó a la vez que luchaba por liberarse de sus brazos, y sus ojos no tardaron en humedecerse a causa de las lágrimas. Enseguida, lo miró fijamente y, con los labios temblorosos, comenzó a desahogarse: "¿Por qué me tratas así? ¿Crees que no me he dado cuenta de que eres tú quien me ha estado protegiendo?".
El empresario se quedó consternado por lo que acababa de oír, pues pensó que había mantenido bien su anonimato. No obstante, se equivocó y no pudo engañar a una mujer tan lista.
"Hay un motivo por el cual lo he estado haciendo, pero no es necesario que lo sepas". Como aquella revelación le tomó por sorpresa, necesitaba inventarse una excusa para ocultar sus sentimientos.
"Esa es la diferencia entre nosotros. Sabes muy bien por qué me comporto así contigo, ¡y yo, en cambio, no sé qué quieres de mí!", el impacto de sus palabras se volvían cada vez más intenso.
"Te equivocas, señorita Hidalgo. Ya te he dicho que no siento nada por ti, así que no malinterpretes mis acciones", replicó en un tono fuerte y brusco.
"¿Ah, sí? ¿Y por qué siempre me besas? ¿Por qué te pones celoso cada vez que me ves con Bagrat o con Damen?", inquirió al no soportar más el dolor y la confusión que le provocaban sus declaraciones, y el hombre se quedó atónito.
"No te creas la gran cosa, señorita Hidalgo. Para mí, solo eres una hermosa mujer que se me ha servido solita como bandeja en plata. Al fin y al cabo, soy un hombre que tiene necesidades como cualquiera. Es más, deberías agradecerme por haberme controlado en todas las veces que te me has ofrecido; y respecto a tus pretendientes…", pronunció cada palabra con el pecho agitado e hizo una pausa para caminar hacia ella con pasos lentos. "… ¡Me da igual si sales con alguno de ellos!", finalizó en un tono áspero mientras miraba directo a sus ojos llorosos.
Elvira quedó estupefacta por lo que acababa de escuchar, así que retrocedió a la par que se sacudía la cabeza. ¿En verdad ese era el Thiago Zhang del que se había enamorado? Parecía que de repente se había vuelto como un extraño para ella. Entonces, se presionó y se frotó su pesado pecho, pues sentía como si miles de espinas le pincharan el corazón.
Por su parte, el magnate se mantuvo serio e indiferente. Estaba consciente de que sus palabras fueron demasiado duras; de hecho, a él también se le había estrujado el corazón por la situación. Sin embargo, lo había hecho a propósito para mantenerla a salvo.
Dado que Bagrat había descubierto que era él quien la protegía, la vida de Elvira correría más peligro si ambos se volvieran más cercanos. La persona que intentó dispararle en la congestionada autopista era solo el comienzo, por lo que debía estar alerta y actuar con cautela.
"Bien, admito que tienes razón en todo lo que dijiste. Era yo quien siempre estuvo detrás de ti, pero no te preocupes, ya todo acabó… ¡Cuídate!", declaró con todo el pesar del mundo, y hasta se sorprendió de haberlo dicho sin tartamudear y sin que le cayera una sola lágrima de los ojos. Quizá ya había dejado de sentir cosas por él o tal vez estaba harta de tanto llorar. Sea cual fuera la razón, sabía que lo correcto sería alejarse de Graham.
Tan pronto como ella se fue, el empresario frunció los labios, se apretó las manos y golpeó la pared con rabia y agobio. A pesar de que la sangre fresca de su puño comenzó a caer al suelo, solo se quedó observándola sin hacer nada más. Si bien amaba demasiado a esa mujer, aún no podían estar juntos; al menos, no hasta que Bagrat dejara de existir.
Al cabo de un rato, seleccionó un número de la marcación rápida de su celular y le ordenó a alguien: "Aumenten la vigilancia alrededor de ella".
"¡Sí, joven amo!", respondió una voz al otro lado de la línea.