EL ANILLO
Vanessa llegó temprano a mi casa. Subimos corriendo a mi cuarto arrimando las sillas y empujando atropelladamente las mesitas de centro. Mi papá se molestó. -No estén haciendo travesuras, ya no son adolescentes-, nos reclamó. Mi madre nos defendió
-Déjalas, Roger, ellas se divierten-, dijo. Luego nos llevó limonada heladita y galletas.
-Iremos después de la práctica en el diamante-, me dijo Vane.
-Ahora eres valiente después que en Barranco te orinabas de miedo-, le protesté mordiendo las galletas.
-Sí, creo que te fallé-, se embozó Vane en sus hombros. Le jalé el pelo.
-No digas eso, eres una gran amiga-, me reí.
A Maicol lo enterraron en el cementerio de Villa María. El bus en que iba se incendió y solo quedaron cenizas. Lo reconocieron por la dentadura. Mis padres esperaban que rompiera en llanto, pero no lo hice. Estaba tranquila. Eso me sorprendió. Quizás más tranquila que nunca.
-¿Por qué no lloraste?-, se acordó Vanessa.
-No sé. Siento como que él no se hubiera ido-, le dije, estrujando mi boca.
Había tenido sueños muy raros como el del hipódromo, el callejón donde me tenían secuestrada, atada y amordazada, el cantante que se suicidó y el señor que se cortó las venas al enterarse que le habían amputado las piernas, también el derrumbe en la universidad y las sangrientas reyertas en prisión, sin embargo, aquel del bus incendiándose fue muy extraño, como si yo palpara el fuego, pudiera tocarlo con mis manos.
-Todos los sueños se cumplieron-, aceptó Vanessa.
-El más raro fue el de Silvio Dulanto. Hablé con un muerto-, le dije a Vanessa y ella erizó los pelos. Lo vi clarito.
-¿Entonces podrías comunicarte con Maicol?-, parpadeó angustiada.
-No sé. Creo que sí-, le dije sorbiendo la limonada.
Vane empalideció. Ya no estaba tan convencida de ir conmigo.
*****
Fuimos a entrenar en el carro de Vanessa. Mi papá protestó como tirano.
-Esa chica solo tiene 20 años, dijo, refiriéndose a Vanessa, con las justas sabe manejar bicicleta-
-No seas paranoico, Roger, volvió a defendernos mi madre, eres demasiado sobreprotector con Tatiana-
-Pero mujer, viste todo el problemón que hubo en Barranco, le robaron el carro a su amiga, Stéfani. Un auto en manos de una jovencita es un peligro-, no se dio por vencido mi papá.
-No vamos a un pub sino a entrenar, papá-, me molesté.
Al final mi padre se rindió. Me besó la cabecita. -Cuídate, mi nena, ya sabes que te adoro-, me dijo.
A Vanessa le dio risa. -Tu padre es igualito al mío, si no me pone cadenas en el tobillo es porque mi mamá no le deja-, echó a reír.
La práctica fue intensa, contra lo que esperábamos. Paula Cortés nos exigió al máximo, primero con trabajos físicos y después con bateos y lanzamientos. También hicimos carreras. Tropecé varias veces.
-Estás muy lerda, Tatiana, tus piernas no te obedecen-, me decía furiosa la entrenadora.
A Vane le cayó un pelotazo en la cara que la tumbó.
-¡Más atenta, señorita Vásquez!-, siguió renegando Paula.
Terminamos tarde, casi a las cuatro. Cortés nos avisó de dos partidos ante Argentina la próxima semana. -Son importantes para ir preparando el equipo para el Sudamericano-, remarcó convencida.
Nos bañamos de prisa y recogimos los uniformes, los bates, los guantes las gorras, las zapatillas. Todo lo guardamos en la cajuela del carro de Vanessa. También me llevé una barreta de fierro que había de los trabajos de ampliación de las tribunas.
-¿Para qué es?-, se extrañó Vanessa.
Sonreí. -Ya no me confío en nada, amiga-, dije sacando la lengua.
-Le sacarás la cabeza al demonio-, estalló en risas Vane.
Llegamos en apenas unos minutos. Pagamos el parqueo y dejamos el auto. Metí la barreta en mi mochila y subimos los cerros. Aún había mucha gente. El cementerio lo cerraban, aún, a las seis, y eran las 4 y 20. Tomamos un mototaxi y fuimos al cuartel San Mateoloso.
-En esa zona hay muchos muertos del Covid, nos advirtió el piloto, mejor se ponen sus mascarillas-
Vanessa abrió dos juegos que tenía en su mochila. Nos bajamos, pagué la movilidad y buscamos entre las tumbas que se alinean en el cerro. Todo el escarpado está lleno de nichos. Parecen casitas trepadas en los escarpados. Los mausoleos se alzan elegantes y serenos, en los renglones, junto al camino. La gente acomoda flores y coronas y todo se hace un jardín muy lindo.
Tenía un mapa que me hizo Stéfani. Aún no estaba recuperada del ojo, lo tenía hinchado y le habían puesto vendas. -Estoy horrible-, me dijo amargada por el móvil cuando me mandó la foto de su garabato.
Nos persignamos y nos acercamos al lugar. Moví las flores que estaban juntas y... no había nicho ni tumba.
-¿Qué?-, se rascó los pelos Vanessa.
Yo estaba boquiabierta. -Aquí no hay nadie-, balbuceé.
Fuimos, de inmediato, a la administración. Ya estaban por salir. La secretaria, un señora amable, volvió a prender su PC y chequeó los nombres. Buscó afanosamente y al fin dijo, -Maicol Peña. Su cuerpo fue retirado, una semana después que lo enterraron aquí-
-No puede ser, tragué saliva, Maicol no tenía familia. Era huérfano-
-Habrá sido su hermana, su tío, su primo alguien-, insistió la señora.
Yo no sabía de algún familiar cercano. Él nunca me dijo, incluso, recuerdo, Stefi me contó que la universidad corrió con todos los gastos para su entierro. Él estudiaba medicina y nos encontrábamos siempre después de clases en el campus.
Salimos cabizbajas hacia el parqueo. Tenía el jean lleno de tierra y puse a desempolvar. La tarde ya empezaba a desplomare cansada y había mucho viento. Empezaba a oscurecer. Sacudía mis rodillas, cuando Vane, temblando, me jaló del codo.
-Hay alguien en el auto, Tatiana, ¿qué hacemos?-, dijo asustada.
Chupé mi boca, saqué la barreta de fierro y le di la mochila a Vane. -Ay no, dije furiosa, dos ladrones en una semana, no-, chirrié mis dientes. Me acerqué echa una tromba y abrí la puerta con fuerza.
-¡Fuera desgraciado!-, grité enojadísima.
-Hola Tatiana-, dijo una voz trémula.
El fierro se me cayó la mano, tapé mi boca, y desorbité los ojos.
Era Silvio Dulanto.
Vanessa alzó la cabecita detrás de mi hombro. -¿Quién es ese señor?-, me preguntó tratando de verlo bien.
Balbuceé un montón de cosas. Mi corazón estallaba en mi pecho y me agarró una repentina terciana.
-No te asustes-, me pidió.
-Tú moriste hace veinte años, Silvio-, alcé la voz sumida en el terror.
-Escucha. Maicol te dio un anillo, símbolo del profundo amor que te tenía. Ponte ese anillo. El final está cerca. Stacy ganará solo si estás con ese aro, búscalo, póntelo y no te lo saques-, me dijo.
-¿Qué anillo? ¿Quién es Silvio? ¿Te vas a morir?-, decía asustada Vanessa sacudiéndome los hombros. Me volví y le pedí que se calmara y cuando regresé la mirada ya no había nadie.
Vane empezó a gritar aterrada. -¡¡¡Un fantasma!!! ¡¡¡Fue un fantasma!!!-
Subió a su auto, me jaló de las mangas, encendió el auto y arrancó a toda prisa.
-¡¡¡¡Qué miedoooooooo!!!!-, chilló presa del pavor.
*****
Me pasé toda la tarde buscando el anillo. Por más que escarbaba en mi mente, no recordaba dónde diablos lo había guardado.
-Te amo, Tati, contigo he descubierto el amor, me dijo esa vez Maicol, este anillo te dirá siempre lo mucho que te adoro-
Me lo puse, recuerdo, y esa noche hicimos el amor, por única vez, en un hostal. Antes de irnos, me bañé y luego él me llevó a la casa. ¿Qué hice después? Me tumbé a la cama pero ya me había sacado mis aros y pulseras. Busqué en mis cofrecitos y no había nada.
Me dormí y soñé que el bus se quemaba, recordé, pero no lloré, me quedé pensando hasta que llegó la mañana y me bañé.
Me sentía frustrada, furiosa y aún temblaba de miedo por el fantasma de Dulanto. -Soy una idiota, una verdadera idiota-, me culpaba y entonces empezó a repicar la palabrita en mi cabeza.
-Sí, me sentí idiota, recordé eufórica, y lo metí al velador, porque quería tenerlo cerca mío para toda la vida-
Saqué mis calzones, mis sostenes, mis pantimedias, vacié los cajones del velador y de pronto tintineo algo rebotando en el suelo, pim, pim, pim.
Lo levanté con cuidado, lo puse en mi corazón y cerré los ojos temblando de emoción.
Era el anillo.