Capítulo 30
985palabras
2023-04-23 18:46
TURBULENCIA
Katty estaba molesta conmigo. -Ningún uniforme te queda, Tati, qué pesada eres-, renegaba fastidiada.
Las costureras subían las bastas, arreglaban las mangas y metían puntadas, alistando los uniformes que llevaríamos a Santiago. No era solo los deportivos para los partidos del campeonato, también era el buzo oficial, para el viaje y la clausura, la ropa de concentración y las indumentarias antes de los cotejos del certamen Panamericano. Ya casi todas las chicas tenían el juego completo, solo faltábamos Vanessa y yo. Y era difícil conseguir la vestimenta adecuada porque éramos las más grandotas del equipo.

Finalmente, la costurera dio con la talla exacta. -Guau, qué hermosa chica-, dijo, cuando me vio con el buzo exactito, pegadito a mi cuerpo. Yo me reía alborozada, viéndome en el espejo, toda sexy, jugando con mi pelo.
-Hermosa y coqueta-, siguió renegando Katty, la secretaria de la Federación.
Mi padre no durmió la noche antes del viaje. Salíamos de mañanita, a las seis, y se la pasó en vela, haciendo mi maleta. Había apuntado todo lo que debía llevar en una lista y la repasaba a cada momento. Mi mamá se reía. -Parece que tú te vas de viaje-, le decía divertida.
Su máxima preocupación era que llevara el celular con su cargador y una Laptop para comunicarme con él toda la semana que estaríamos en Chile. El softbol estaba programado del 30 de octubre al 4 de noviembre. La inauguración de los juegos lo había visto en casa con mis padres, y el softbol era uno de los últimos deportes en competencia.
-Un poco más y no participan-, protestaba mi padre disgustado.
-Competimos en las mismas fechas que el atletismo-, le conté a mi papá.

Me despertó a las 3 de la mañana. Tuvo que sacudirme muchas veces porque yo no quería levantarme. -Ya es la hora hija-, me advirtió. Mi mamá me había hecho café con leche y dos panes con mantequilla que calentó en la waflera. Katty me llamó. -Tati, ya estoy en el aeropuerto, apúrate-, renegó otra vez furiosa.
Mi papá puso la enorme maleta en la cajuela y se sentó con mi mamá adelante. Me despedí de Mofeta que lloraba a gritos.
-Solo estaré una semana en Chile, por qué lloras tanto-, trataba de consolar a mi perro.
Patty, la secretaria del rector, me mandó un mensaje de texto: ¡¡¡¡Suerte, Tati, toda la universidad te apoya!!!!

Stefi, a su vez, me mandó un vídeo sacándome la lengua con un emoji riéndose y una sola línea -¡¡¡tráeme al campeón panamericano de natación!!!-
-Y así dicen que yo estoy loca-, eché a reír divertida.
Las pistas estaban vacías y llegamos en menos de lo que canta un gallo. Ya estaban todas las chicas, bien uniformaditas, sentadas en las sillas, haciéndose bromas, revisando sus móviles y tirándose cáscaras de frutas. Sus familiares se amontonaban en la sala de espera. Allí estaba el papá de Vanessa siempre sobrio, firme, como general de guerra.
-Al fin llegaste, Rivasplata-, protestó la entrenadora, Paula Cortés. Yo sonreí. -Se me pegaron las sábanas-, dije y mis amigas rieron haciéndome "uuuuuuu" con los pulgares abajo.
MI papá ya no pudo contener el llanto. Me abrazó, me besó, me despeinó, se tomó mil selfies. -Mi hijita, la campeona-, me repetía. Paula y Katty no sabían qué decir. Mi mamá estaba azorada. -Roger, te están mirando-, le reclamaba pero mi padre lloraba besando mi cabecita. Yo soy la más alta de las chicas y mi papá me dobla en tamaño, así es que ya imaginan lo enorme que es, más grande que un edificio.
También iban a viajar con nosotras boxeadores y el equipo de béisbol.
Cuando llegó el momento de pasar a la sala de embarque, mis padres me volvieron a abrazar efusivos. -Siempre soñé con verte así, con tu buzo de la selección, no importa el deporte que sea, linda, eres toda una campeona. Cuídate mucho, hijita-, dijo mi papá tropezando con su llanto.
-No dejes de llamarnos-, pidió mi mamá.
-Tati, nos vamos-, me reclamó Katty, siempre marcándome.
Ya no pude resistir tanta emoción y me puse a llorar despidiendo a mis padres. -Los quiero, los quiero mucho-, dije y corrí llevando la enorme maleta que me había hecho mi papá y que pesaba una tonelada.
Todo iba bien hasta que entramos a una zona de turbulencia. La nave empezó a sacudirse con estrépito y se abrieron los portaequipajes. Las chicas aullaron y los chicos del béisbol se alzaron de sus asientos. La azafata pedía calma y el capitán reiteró que "es normal la zona de turbulencia".
Vanessa clavó sus uñas en mi brazo. -Se cae el avión, Tati, se cae el avión-, decía aterrada, mirándome con los ojos desorbitados.
Al segundo sacudón recién me asusté. Eso no lo voy a olvidar jamás. Fue fuerte y la nave parecía volar de espaldas. Miré por la ventana y había una luz intensa que parecía relampaguear, lanzando como llamaradas que se iban a todas partes. Parpadeé y en ese instante, apareció la imagen de una mujer, alta, bellísima, bien pintada, con su pelo aleonado y la sonrisa larga. Estaba dibujada en medio de las llamaradas. Apretaba sus dientes en medio de su risa. Y en el siguiente sacudón, cuando las chicas aullaban frenéticas la escuché clarito, -Tati, soy Stacy, yo te voy a salvar-, así dijo. Sentí mi corazón rebotando en el pecho y mi sangre trepó hacia mi cabeza, martillando mis sesos. Tapé mi cara con mis manos y no quise ver más.
-Ya, Tati, ya pasó-, recuperó el aliento Vane.
Los chicos del béisbol volvieron a sus asientos, las azafatas cerraron los portaequipajes y mis amigas volvieron a arremolinarse en sus asientos. Los otros pasajeros reían, divirtiéndose de nuestro pavor unánime.
Miré a Vanessa. Ella sudaba y soplaba aún su miedo. No le dije nada, pero yo ya me había convencido que no estaba sola en mi lucha contra las pesadillas.