EL GUANTE
-Pase usted, comandante Stacy-
Aquel era un salón grande. Las metrallas lo habían astillado y las cortinas estaban rasgadas y los cuadros colgaban de pitas, sosteniéndose como calaveras flotando en las paredes. Olía a muerte y había una mesa tumbada al revés, con los palos chamusqueados. La miré unos instantes.
-Oiga, me dijo el sargento, ¿Qué le sucede? ¿No ha visto una mesa?-
-Lo siento, me excusé, pensaba en el comedor de mi casa-
No era cierto. Yo pensaba en lo muertos amontonados en las esquinas.
Pasamos por un corredor estrecho, con muchas piedras y ladrillos y restos de sesos regados. Eso vi. Pasé saliva angustiada. -No sabemos de quiénes son. Pobrecitos-, dijo el cabo que me acompañaba.
Todo era un cuadro sanguinolento. Inundaban la vereda en muchos charcos. Era pestilente. Algunos soldados rebuscaban en las bolsas de cadáveres acopiadas junto a la pared.
-¿Qué buscan?-, pregunté extrañada.
-Identificaciones, algo que pueda servir-, me dijo.
Recostado a una mesa estaba un fulano gordo, con las solapas tapándole el cuello. Me vio llegar y se puso de pie apurado.
-¿Dónde están los restos del señor John Kroll?-, le pregunté.
-¿Usted es su esposa?-
-Su amante-
Las lágrimas empezaron a nublarme los ojos. El gordo regó unas monedas, una billetera rota y un guante de cuero, de esas que usan los motociclistas, que sacó de una caja de zapatos.
-Solo eso quedó. Kroll murió despedazado-, me informó.
No pude contener más el llanto y estallé presa de la histeria, dejándome caer en la mesa.
Camino al campamento, nos detuvimos al lado del mar. Fui hasta el acantilado. Las olas bañaban el desfiladero, dejándose oír un delicioso chasquido.
-¿Le ocurre algo?-, preguntó el chofer.
No le contesté. Vi el guante de cuero y lo eché al mar.
Me volví.
*****
-Mamá, ¿Hay algún Kroll en la familia?-
Ayudaba a mi mamá hacer el surtido de frutas. Me encantaba. Cuando estaba listo le echaba leche helada y me lo tomaba, saboreándome, pasando la lengua por los labios. Mi madre lo sabía, por eso siempre elegía las frutas que me chiflaban: mandarina, plátano y papaya.
-¿Kroll? No, hija. Nadie que yo sepa ¿Por qué?-
-¿Por qué siempre hay relaciones furtivas? ¿Por qué existen los amantes?-, pregunté. Mi mamá tomó el vaso de la licuadora y lo vació en una taza grande. Antes que se llene, abrí el refrigerador y le eché la leche heladita. Así lo sorbí deleitándome con su dulzura.
-Es la naturaleza del ser humano. Le encanta lo prohibido-, exhaló mi madre.
Mi mamá me miró seria. -¿No serás amante de ese tal Kroll?-
Eché a reír. -Ay mamá, cómo se te ocurre-, me azoré.
Mi madre también se sirvió del surtido y lo probó con deleite.
-¿Ustedes tuvieron una motocicleta?-, intenté descifrar mi pesadilla, pero mi madre ya se había incomodado mucho.
-Siempre haces preguntas extrañas, Tati, a ti te falta un novio-, me dijo, y se marchó, dejándome cavilando entre mis dudas.
Era sábado, no habían clases y la selección de softbol no entrenaba. Me quedé en casa, descalza, con un top y mis jeans, tumbada boca abajo en la cama. Tenía mis pelos sueldos, desparramados como loca y escuchaba salsa, de un USB que mi papá grabó con sus canciones favoritas. Stefi se molestó.
-La calle está linda y tú estás como monga en tu casa-, me reclamó en video conferencia.
No tenía ganas de salir. -Voy a ver cable-, le dije, pero no era cierto. Hacía crucigramas en el periódico que papá traía todos los días. Stéfani se enfadó mucho y me colgó furiosa. Yo tiré el móvil a mi sillón, el rosado que tengo para visitas, y seguí llenando los cuadraditos con avidez, culebreando mis caderas al compás de la música y moviendo mis hombros. Mis tobillos parecían un péndulo zarandeándolos con la cadencia de la canción.
-¿Movilidad lineal? motocicleta-
-¿Jefe de un batallón? comandante-
-¿Prenda que cubre y protege la mano? guante-
- ¿Persona que siente una intensa atracción emocional y sexual hacia otra? amante-
-¿Gran masa de agua salada? mar-
El crucigrama estaba facilito. Las respuestas estaban a flor de labios y lo llené casi en un abrir y cerrar de ojos. Lo que me extrañaban que se repitieran frases que se vinculaban con el sueño. Pensaba era coincidencia. Guante, mar, motocicleta , comandante, son habituales en los crucigramas. De repente, lo noté. Fue como una llamarada, un destello que me llamó la atención. Los cuadraditos dibujaban una ele y había un mensaje. Volteé la hoja del diario y lo leí "S-t-a-c-y-k-r-o-l-l".
Me horroricé. Tiré el diario lejos de mí y con mis dos manos tapé mi boca, conteniendo mi grito espantado.
*****
Stéfani estaba tan molesta que no me quedó más alternativa que invitarla a la playa. Eso le chifla a ella. Le encanta tumbarse en la arena, quemarse al sol y lucir sus curvas a los chicos. Stefi es una chica bonita. Tiene un pelo caoba muy largo, suave, lacio, sedoso y es delgadita, con muchas líneas armoniosas y provocativas. Es un poquito más alta que yo y le quedan regias las minifaldas. Le gusta mostrar las piernas. Las tiene bien cuidadas, les echa cremas y aceite y siempre están relucientes. Sus ojos también son bonitos, chiquitos, graciosos y su naricita termina en una puntita coqueta. Sus cejas están bien recortaditas y sus senos son medianos. Cualquier blusa le cae bien y es alegre, voluntariosa, baila bien y es súper inteligente. Lo malo que es muy tímida con los muchachos. Les tiene miedo. Se pone roja como tomate si algún joven le habla y tartamudea como zonza. Yo soy su escudo, su guardiana, su cómplice y todo lo que ella necesita, incluso debo hablarle a cualquier chico que le atraiga para allanarle el camino. Nos conocimos en la universidad e hicimos buenas migas. Yo tengo pocas amigas en realidad. En el barrio donde vivimos, los vecinos son huraños, desconfiados, nos tratan con indiferencia. Mi papá los saluda pero no le contestan. Tampoco a mi mamá. Yo no saludo a nadie. Me molesta que los traten así a mis padres, ignorándolos o portándose fríos y distantes.
Ya vivimos muchos años allí. No recuerdo la otra casa. Era muy chica cuando nos mudamos y mi mamá dice que era muy incómoda. Mi papá logró juntar un dinero para comprar nuestro actual domicilio, con cochera y jardín, también tiene un patio grande donde hay parrilla que jamás usamos. Mi padre puso un columpio pero me daba miedo y quedó colgado allí, meciéndose solo con el viento.
En la universidad sí hice muchas amigas. También en el softbol. Cuando estudié teatro para superar, dizque, mi falta de roce social, no hice mucha amistad porque no había química entre nadie. No duré mucho. Una mañana le dije a mis padres que no iba más a esas clases... y no fui más.
-¿Te has puesto tanga?-, me pregunté Stefi, antes de quitarnos la ropa. Habíamos traído una sombrilla y toallas gigantes. También canastas con sanguches, frutas y un cooler con el agua heladita.
-Sí-, dije, sacándome contenta el short y la camiseta.
-No seas mala, protestó Stefi, no es tanga, es pita-
Era verdad. Era una prenda cuatro pitas que apenas contenían mis curvas y sujetaban mis senos. -Es para un buen broceado-, le aclaré pero Stéfani estaba que se reía. -Tus nalgas se han tragado las pitas, qué perra-, me dijo divertida.
-Mira quién habla de perra-, reclamé.
Stefi se había puesto también una tanga aún más diminuta que la mía y lucía oronda sus encantos.
-A ver si así traigo algún chico-, sonrió echándose el bloqueador.
-Ay, si al final yo soy la que habla por ti- arrugué mi naricita. También me eché un chisguete entero en toda mi piel.
Luego nos tumbamos en la arena.
No pasaron ni dos minutos cuando ya los chicos nos merodeaban como gallinazos. Yo no les hacía caso y dejaba que me admiren pero Stéfani no dejaba concentrarme en mi bronceado.
-¡Mira ese chico! ¡Ay qué guapo ese hombre! ¡No mires Tati, nos están mirando! ¡Ay, mira a ese insolente, tomó selfies de nuestras nalgas! ¡Qué rico pecho! ¡Ay cuánto vello! ¡Qué buen trasero de ese hombre!-, me repetía a lo largo de la velada.
Lentamente me fui quedando dormida en la modorra de la tarde, el sol cayendo como un aluvión sobre nosotras y la interminable vocinglería de Stefi, cuando oí gritar a alguien.
-¡Kroll!-
Alcé mis lentes negros y busqué por el litoral. Las olas rompían en la arena, dejando una chupina blanca y cremosa. Allí había un libro remojado por el agua.
-¿Qué es eso?-, le pregunté a Stefi.
Ella corrió sus lentes hasta la punta de su naricita. -Es un libro mojado-
Me levanté, me saqué la arena del cuerpo y me acerqué curiosa.
Volví a oír el mismo grito -¡Kroll!-
Me acerqué y allí estaba el libro, era el mismo que leía Kike. La comandante.
Entonces supe qué significaba el guante, el mar... el crucigrama.
-Alguien quiere comunicarse conmigo-, mordí mi lengua.
Lancé el libro lo más lejos posible, al fondo del mar y luego quedé estupefacta, mientras las olas reventaban en las playa, bañando dulcemente mis tobillos.