Capítulo 69
1694palabras
2022-10-30 00:01
“¿Alguna vez has estado en un avión?”, Nate le preguntó a Quinta cuando notó que sus ojos se agrandaron de par en par al abordar su jet privado. Estaba emocionada o asustada, o tal vez ambas cosas. La sentó a su lado y le abrochó el cinturón de seguridad.
“Una vez, a Miami”, respondió. El hombre rodeó a su hija con el brazo y la besó en el cabello.
Su vuelo de Nueva York a Miami no era nada comparado con el que estaban a punto de tomar. El piloto dijo que podrían sentir turbulencias durante su travesía por el Atlántico porque había una gran tormenta sobre el océano, pero convenció a Nate de que era seguro despegar. 

Nate estaba preocupado por cómo se lo tomaría su pequeña.
“¡No temas, Quinta! Estoy aquí contigo”, dijo con un tono suave, acercándola a su lado. Luego, puso unos dibujos animados para que los viera durante el vuelo.
Aterrizaron en Londres tarde en la noche. Después, el conductor de Nate los recogió en el aeropuerto. Quinta se había quedado dormida poco después de que despegaron y no había sentido la turbulencia. Ahora, seguía dormida en el coche.
Cuando llegaron a su destino, Nate la despertó con cuidado.
“¿Ya llegamos?”. Ella le sonrió y él asintió, tomándola de la mano. La llevó a su casa, donde la Sra. White los estaba esperando. “Tiene casi sesenta años, pero nadie podría adivinar su edad”, pensó Nate al ver a su antigua niñera salir por la puerta principal.
Lucía casi como la recordaba. La única diferencia era que ahora tenía unos mechones plateados en su cabello rubio.

“Quinta, te presento a la Sra. White. Sra. White, ella es mi hija, Quinta”. Las presentó la una a la otra. Tan pronto como se enteró de que tenía una hija, la llamó para pedirle que fuera la niñera de su pequeña. También había contratado a un médico personal para que revisara la herida en su cabeza.
La Sra. White no pudo decirle que no, además quería conocer a su hija. Habían pasado muchos años desde la última vez que había visto a Nate.
“Hola, Sra. White”, la saludó la niña con un tono dulce, inclinando la cabeza hacia adelante en señal de respeto, lo que hizo sonreír encantada a la mujer. “¿Cómo debería llamarla? ¿Cuál es su nombre?”, preguntó Quinta.
“Mmm, soy Dora”, respondió a la misma vez que pensaba que esta niña era muy tranquila y nada tímida, justo como el Nate más pequeño.

“Vale, le queda mejor que ‘Sra. White’. La llamaré Dora”. Quinta le dio la otra mano y entró a la casa de Nate mientras sostenía a su padre y a su niñera de las manos.
La Sra. White se enamoró de ella enseguida. Pensaba que era tan adorable e inteligente como Nate.
Después de dejar las cosas de Quinta en su habitación, Dora la dejó sola para que pudiera familiarizarse con su nuevo entorno.
Se sintió encantada con su nueva habitación al verla llena de muñecas de Peppa Pig y Barbies. “¿Con cuál debería dormir?”. No pudo evitar tocar todos los juguetes. Un poco más tarde, Nate entró para echarle un vistazo.
“Quinta, ya es hora de dormir. Deberías descansar bien”, le ordenó con gentileza. Se sintió feliz cuando vio a su hija deslizándose entre las sábanas de inmediato.
No obstante, justo cuando estaba a punto de salir de la habitación, la escuchó llamarlo.
“Papi, ¿cuándo llegará mi mami?”.
“Pronto, llegará muy pronto”. Nate volvió al interior de la habitación y se acercó a la cama.
“¿Me lo prometes?”. Lo miró con una expresión triste e intensa. Él podía ver cuánto echaba de menos a su madre.
“Te lo prometo”, respondió con seguridad, hablaba en serio. Conocía muy bien la debilidad de Leila.
“¿Por el meñique…?”, le preguntó, y Nate no tuvo más remedio que hacer la promesa más sagrada y seria que alguien podía hacerle a un niño.
“Papá, ¿me lees un cuento? Mamá siempre me lee antes de dormir”, insistió mientras le entregaba un libro de cuentos. Lo abrió justo en la historia de Pulgarcita. Balbuceó sobre que era su historia favorita y que deseaba convertirse en ella.
Al igual que cualquier otra niña, Quinta soñaba con su príncipe azul y estaba dispuesta a esperar paciente a que apareciera en su vida.
“No, Pulgarcita es demasiado débil”. Frunció el ceño porque pensaba que su hija debía aprender sobre el mundo real y cruel. Se lo explicó con una actitud paciente y agregó que la vida no era un cuento de hadas. Si quería ser feliz, primero debía volverse fuerte y aprender a confiar solo en sí misma.
“Vale, papi”, respondió, agitando las pestañas, pero todavía sin entenderlo del todo. Nate puso el libro de cuentos a un lado y sacó el periódico.
“Papi te leerá las noticias”, dijo emocionado. El periódico le resultaba mucho más interesante que cualquier cuento est*pido que pudiera haber por ahí. Pensaba que a su hija también le encantaría.
“Vale”. Quinta le dio su aprobación. Pensaba que podría ser divertido porque nadie le había leído ningún periódico antes. Sería una nueva experiencia para ella y no podía esperar a saber de qué se trataban, pero no tardó en quedarse dormida.
No era tan divertido como había pensado. Además, estaba demasiado cansada.
Nate se levantó de la cama de su hija, pensando lleno de orgullo que era muy bueno para tratar con niños. “¡Buen trabajo, amigo!”.
Al día siguiente, se fue a trabajar temprano en la mañana y dejó a su hija en casa acompañada de la Sra. White. Quinta se mantuvo fiel a su promesa y llamaba a su niñera por su nombre. En realidad, a Dora le encantaba ya que pensaba que era una señal de que la niña la había aceptado de inmediato.
Nate acababa de regresar de su hora de almuerzo cuando la puerta de su oficina se abrió de repente.
Vio entrar a su hija muy feliz, cargando una linda bolsita al hombro. Además, había un perro sin correa caminando a su lado que era mucho más grande que ella. Parecía un soldado custodiando a su reina.
“Un golden retriever”, observó Nate. “¡Buena elección para un perro!”.
“¿Qué es eso?”, le preguntó a la Sra. White, incapaz de ocultar su sonrisa. No la había visto entrar a su oficina hasta este momento. La escena de una niña entrando en el edificio Hill seguida por un perro debió haber llamado mucho la atención. Nate sonrió para sus adentros al imaginar a sus empleados mirándolos atónitos.
¡A Hill Corp. le faltaba un poco de diversión de vez en cuando!
“Quería un perro, así que le compré uno”, respondió Dora con firmeza. Nate sacudió la cabeza al pensar que Quinta ya había logrado hechizar a su antigua niñera.
“¿Podrás cuidar eso, Quinta?”, le preguntó cuándo la Sra. White los dejó solos en su oficina.
“Claro que sí. ¡Soy una niña grande, ya tengo cinco años!”. Quinta hizo un puchero y agregó: “¡Y se llama Duke, no ‘eso’!”. Estaba feliz de por fin tener un perro. Había querido uno durante mucho tiempo, desde que tenía memoria, pero Thomas nunca se lo había permitido.
Nate le indicó que se sentara en el sofá. Entonces, ella obedeció, y sacó sus juguetes y libros para niños. Duke se sentó en el suelo junto a ella, observando con cautela cada movimiento de Nate. Él sonrió cuando vio que este perro ya era tan protector con su hija. “El perro fue una buena idea”, admitió.
“Lee esto”. Le entregó un periódico a Quinta. “¡Algún día, esta empresa será tuya!”.
“Pero solo soy una niña pequeña, debería leer esto…”. Señaló un libro de cuentos. “¡No eso!”. Luego miró el periódico que Nate todavía sostenía en su mano. El hombre sacudió la cabeza al ver que no quería aceptarlo y mucho menos leerlo.
“¡Justo como su madre! ¡Tan desobediente y con esa lengua incontrolable!”, pensó.
La dejó en paz y dejó que hiciera lo que quería.
Unas horas más tarde, terminó su trabajo y observó a su hija. Seguía jugando sola, como lo había hecho toda la tarde. Estaba asombrado. Entonces vio lo que había hecho con sus periódicos.
¡Ropa! ¡Había confeccionado ropa para sus muñecas!
Como había dicho, ¡era la viva imagen de su madre! No podía creer lo que veía.
Justo en este momento, alguien llamó a la puerta de su oficina y Sean Leahy entró.
“¡Ella es mi hija, Quinta!”, Nate le dijo al director financiero de su empresa al verlo atónito ante la escena de la niña jugando dentro de su oficina. Incluso se había puesto pálido. Nate analizó su rostro por un momento y pensó en por qué parecía asustado. “Quizás no le gustan los niños, ¿quién sabe?”, supuso.
Sin embargo, a Sean le preocupaba algo más. Ya sabía que esta niña era la hija de Nate incluso antes de que se lo dijera. Se parecía mucho a Leila, la exesposa de su jefe. Estaba muy asustado de que ella hubiera regresado a Londres y de que sus conspiraciones con Selena pudieran salir a la luz.
 
Cuando Sean se fue, Nate recogió sus cosas y salió del edificio junto a Quinta.
“¿Cuándo llegará mi mami?”, la pequeña insistió justo cuando llegaron a su coche. Nate levantó la mirada, suspirando. Sabía que su hija echaba mucho de menos a su madre. Sin previo aviso, escuchó una voz familiar que llamaba a su pequeña por su nombre.
“¡Quinta! ¡Mi amor! ¡Quinta!”.
La niña también la escuchó y se dio la vuelta. Soltó la mano de Nate al instante y corrió hacia la voz.
 
¡Leila! Ella había venido tal y como Nate esperaba. Sabía que vendría a Londres por Quinta.
Observó a madre e hija corriendo la una hacia la otra. De repente, algo inundó su corazón, algo que no podía describir. Sintió tanto dolor como alegría al verlas abrazándose tan fuerte y besándose desesperadas.
Leila estaba llorando mientras que Quinta sonreía, secándole las lágrimas a su madre de su rostro.
Las dos mujeres más importantes de su vida por fin estaban juntas.
Nate estaba más que feliz en este momento, pero se sentía loco de ira.