Capítulo 59
726palabras
2022-09-18 00:01
El punto de vista de Adriana
Sentí ganas de vomitar cuando vi a Edward apartar su pelo rubio a un lado, sentándose erguido mientras una mujer se bajaba de su regazo con satisfacción.  
"¿Viniste a mirar o a unirte?", preguntó, abriendo los brazos. Estaba a punto de correr hacia la puerta, cuando Edward y Vincent aparecieron frente a mí y me miraron con frialdad. 

"¡Muévanse!", los empujé y abrí la puerta. "¡No me sigan!", grité. No pasó mucho tiempo para que los chicos corrieran detrás de mí. Entonces, aceleré mi ritmo, pero en el fondo estaba segura de que me atraparían en cualquier momento. 
"¿De verdad pensaste que te ibas a salir con la tuya, amor?", se burló Raymond, envolviendo un brazo alrededor de mis hombros, para que me detuviera. "Ahora volvamos adentro".
"¡Quítame las manos de encima!", exclamé, apartándolo a un lado. Luego, me giré y miré con furia a Tyrell, Edward y Vincent.
“¡Deja de hacer dramas, niña! ¿A dónde pensabas ir a estas horas de la noche?", dijo Raymond, limpiándose la sangre de la boca. "Sabes que Draven nos mataría si te pasa algo, ¿verdad?"
"Ese es su problema", contesté, enfatizando cada palabra. De repente, vi a los otros chicos salir de la mansión corriendo hacia nosotros. Resoplé con indignación y grité: “¡Por Dios! ¿Ni siquiera puedo ir a ver a mis padres?". 
“Adriana, estamos en el ojo de la tormenta, ¿no lo entiendes? No hagas las cosas más difíciles y entra", dijo Jason, mientras se abotonaba la camisa y ni siquiera se molestaba en cepillarse el cabello revuelto. 

"¡No lo haré! ¡Y les juro que, si alguien me obliga, le diré a Draven que trató de lastimarme!", exclamé. No sé cómo se me ocurrió esa idea, pero creo que, al menos con Danny, funcionó. Lo vi retroceder un paso y apartar las manos.  
"¿En serio vas a jugar a las amenazas?", murmuró Kevin, avanzando un paso. Antes de que dijera algo más, me di la vuelta y salí, ignorando las voces de los chicos. 
Tan pronto como salí, un automóvil se detuvo frente a mí. Retrocedí un paso cuando alguien bajó la ventana y reveló el rostro de Draven.
"¡Guau! ¿Suelen usar autos cuando tienen mucha prisa?", murmuré. De repente, los chicos me rodearon, mirándome con molestia. 

"¿Qué está pasando?", preguntó Draven en voz baja y en tono confundido. Crucé las manos sobre mi pecho y me alejé, sintiéndome molesta. A decir verdad, no sé por qué, pero desde que me llamó "Lianna", no he podido estar tranquila. ¿Era su novia secundaria o algo así? Pero, se suponía que estábamos en una conversación seria, así que era bastante extraño que...  
“Ha estado haciendo berrinches otra vez. Probablemente está enojada por algo", escupió Danny. Podía sentir la mirada fría de Draven, pero ni siquiera me molesté en mirarlo. Más bien, solté la primera y más ridícula idea que me vino a la mente.
"Bueno, Danny trató de besarme", dije, sin rodeos. Segundos después, el silencio nubló la atmósfera antes de que Draven estallara.
"¿Qué diablos hiciste?", gritó. 
"¡Es mentira! ¡Adriana, deja de jugar sucio!", se defendió Danny. No pude evitar sonreír, pero de repente la culpa me invadió y sentí que tal vez había ido demasiado lejos. A los chicos les tomó unos segundos calmar a Draven. Al ver que finalmente lo convencieron de que era mentira, me arrepentí de mi mezquina jugada. 
“No tengo tiempo de sobra, Adriana. ¡Súbete al auto!”, ordenó Draven en voz alta, mientras agarraba el volante. No obstante, al ver que me quedé parada con los brazos cruzados, volvió a espetar: "¡Adriana Reed, súbete al auto!".    
Aunque me estremecí al escucharlo, mi ira ganó esta vez, así que contesté sin pensarlo dos veces: "¡Oblígame, Draven Cruz!".   
"Como digas", murmuró. Al instante, me alejé, ignorando el portazo del auto.
"¡Entra!", exclamó, agarrándome la muñeca, pero yo las aparté. "¡Adriana!"
"Hasta donde recuerdo, Adriana no era mi nombre", lo vi estremecerse un poco ante mis palabras. "Ahora, si me disculpas..."
"¿Es por eso que estás enojada?"
"No. Estoy enojada porque sigues enfadándote por nada y dándome órdenes las 24 horas del día, los 7 días de la semana. ¡Ya estoy harta!", contesté, parándome erguida e intentando disimular la mentira. Mientras tanto, él suspiró y un músculo en la línea de su mandíbula parpadeó antes de que sus expresiones se suavizaran.